OBRAS DE TEATRO VOL. IV

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Éste es el cuarto y último volumen de las piezas teatrales conocidas de Antonio José da Silva (O Judeu). Como ya dijéramos en los prefacios a los demás tomos, se le atribuyen algunas más, una de ellas en castellano, mejor dicho en portunhol “El Prodigio de Amarante”, recientemente publicada en edición bilingüe por Alberto Dines , y otras cuyo textos no hemos podido encontrar, todas ellas escritas quizás entre los años 1729 y 1733 .

Aquí ofrecemos, siempre en forma cronológica, las dos que parecerían ser las últimas de su pluma. La primera, “Las Variedades de Proteo” fue estrenada en mayo de 1737, y la segunda, “El Precipicio de Faetonte”, en enero de 1738, cuando Da Silva ya estaba preso en la mazmorra inquisitorial, languideciendo allí desde octubre de 1737.

Es difícil de imaginar que haya escrito la última en prisión y haya logrado sacarla clandestinamente del Palacio de los Estaus. No es una especulación exagerada suponer que se trata de un texto bastante anterior, que en ausencia física del autor, sus amigos y colegas deciden representar a título de homenaje, tal vez desafío.

No olvidemos que en esta oportunidad Antonio José da Silva no es interrogado ni torturado, sino que permanece encarcelado durante casi dos años a la expectativa de un futuro incierto hasta el día de su ejecución. Se le acusa de judaizar, pero el tribunal del Santo Oficio carece de pruebas. Su condena se basa solamente en informes y en testimonios harto dudosos, fabricados por agentes que espían la conducta del prisionero por orificios en la pared de su celda.

Ante todo estos dos textos se diferencian de los otros seis, por no tratarse de óperas joco-serias como las anteriores. Como anticipando el trágico fin de sus días, el autor escribe con un estado de ánimo muy distinto, como resignado a su suerte, recurriendo muchísimo menos que en sus obras anteriores a la comicidad de los graciosos. No por ello su pluma será menos mordaz, pero esta vez denota trazos de amargura, y por momentos de agresividad. Ahora los graciosos hablan con sorna, como si ya estuviesen hartos de decir y advertir.

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